Ni la declaración de pandemia, ni el frío inesperado en la joven primavera pusieron traba a una de las tradiciones mejor cultivadas en Facultad de Química: la celebración del Día del Patrimonio. Esta buena costumbre, reiterada año con año, reúne los esfuerzos de todo el colectivo para contribuir, desde sus laboratorios y distintos espacios, a la concreción de una actividad que se siente muy propia. Que el 2020 se impusiera como un año singular y pleno de incertidumbre, no hizo mella en la férrea voluntad de los químicos: definido hasta el último detalle del protocolo sanitario, todo estaba listo, una vez más, para festejar y compartir.
La adrenalina corre con fuerza en las horas previas. El trabajo es intenso: puede ser un diseño de último momento para una presentación de power point, o la reiteración de una prueba de impresión; la recolección de los tubos de ensayo, colorantes y manteles anaranjados para organizar una mesa de experimentos, o ultimar detalles en la disposición de las carpas exteriores. He ahí una de las características más visibles del evento: las carpas blancas que, en el predio delantero del edificio central, se ubican para albergar los distintos stands interactivos, ésos que este año sufrieron un ligero cambio al ser individualizados con un gazebo, respetando así las debidas medidas sanitarias. En esos pabellones, las distintas cátedras ofrecen sus propuestas siempre coloridas, buscando la complicidad, muy especialmente, con los más chicos. Algunas de esas experiencias son un clásico que siempre convoca: desde los cristales azules de sulfato de cobre que se cultivan sobre improvisadas letras de alambre (esta actividad no estuvo presente este año, pero bien vale la mención), al colorido remolino que, en un plato de leche con colorante, generan las gotitas casi imperceptibles de un detergente, pasando por el siempre efectivo arcoiris de colores en un tubo de ensayo (prueba de densidad con azúcar diluida en agua), o ese otro truco de magia que los científicos se empeñan en llamar “fluido no newtoniano” y que, para legos en cuestiones de físicoquímica, resulta toda una curiosidad. El experimento consiste en intentar atravesar, con la mano, una mezcla de maicena y agua (la cual, este año, en atención a las medidas sanitarias, se organizaba en muestras individuales que los asistentes podían elegir y llevar). Cuando la mano se introduce dócilmente, la mezcla no opone resistencia, pero cuando se intenta lo opuesto, es decir, introducir la mano con una fuerte presión, el efecto al tacto puede ser similar al de una roca. Ciencia, sí, pero digna de un prestidigitador.
Una recorrida por los distintos stands es también un recorrido por esos temas de nuestra cotidianidad donde la química, indefectiblemente, está presente. Es el caso de las experiencias propuestas para demostrar el concepto de sostenibilidad, en las cuales se comparan objetos que cumplen una misma función, pero están compuestos de diferentes materiales (por ejemplo las bolsas de nylon y las de papel), o las relativas a alimentación saludable en la primera infancia, con tablas y datos de interés en relación a componentes, costos y demás. El recorrido por las distintas estaciones es, también, un paseo que involucra los sentidos, tal la experiencia que propone la extracción de olores de compuestos naturales, más concretamente de aceite esencial de cáscara de limón. Otras actividades, como las propuestas desde Bioinformática, exploran el mundo más diminuto, invisible, a través de Molecularium, una experiencia en la que niños y adultos pueden crear sus modelos moleculares 3D en su propio dispositivo electrónico.
“Este Patrimonio incluyó algo más de audiovisual” explica Romina Keucherián, docente de la Unidad de Extensión. Y es que, intentando superar la dificultad sanitaria que supone la manipulación de instrumental por parte de los participantes, las pantallas ganaron terreno este año. En alguna de esas pantallas no cesaron de emitirse imágenes de algunos de los hitos institucionales en este 2020. Entre ellos, el diseño y producción de distintos tipos de hisopos, test y dispositivos de muestreo de SARS-CoV-2, ese raro nombre con el que el mundo entero convive desde hace meses. “Fue muy lindo ver cómo la gente estaba interesada en conocer estos desarrollos. Y para nosotros, desde luego, un orgullo”, observa la docente Margot Paulino. Otros hitos de los aportes de Facultad en la pandemia también estuvieron muy presentes: la donación a distintas instituciones de solución sanitizante producida en Facultad, la creación de juegos didácticos especialmente pensados para combatir el Covid-19, las experiencias de “FQ en casa”, proyecto que invita a grandes y chicos a hacer ciencia en el hogar, los asesoramientos diversos en materia de detergentes y medicamentos implicados en el combate a la pandemia, entre otros.
La presencia del Laboratorio Móvil en el patio delantero a Facultad supuso otro cambio visible en relación a años anteriores. En ese espacio, docentes del programa Química d+ produjeron ante los espectadores, ese material que se ha transformado en parte insustituible de nuestra cotidianeidad: alcohol en gel. Otro de los cambios grandes en relación a años anteriores fue la compartimentarización de las carpas: cada stand contaba con su propio gazebo, medida que se tomó junto con otras más generales en relación al uso de tapabocas y disponibilidad de solución sanitizante para higiene de manos. Este año, además, se contó con la realización de distintas actividades en el marco del proyecto Goes Campus Universitario, que integran las Facultades de Medicina y Química, y que incluyeron, en los días previos, clases abiertas de música y danza a cargo de la Escuela Universitaria de Música y la Escuela Nacional de Bellas Artes, entre otras acciones.
“Esto tiene mucha conexión con el barrio”, comenta la docente Sofía Raffaelli, observando que “algunas instituciones de la zona que trabajan con niños y adolescentes se acercan siempre”. Esa inquietud, la de acercar e implicar al entorno más cercano, y a la comunidad en su conjunto, es una constante que prevalece a través de los años, como también cierta reincidencia: la de familias que, habiendo participado una vez, vuelven a hacerlo al año siguiente. Los testimonios que llegan a través de las redes dan cuenta de esa suerte de complicidad: “¡Muchas gracias! Mi familia disfrutó muchísimo el día con ustedes!”
Testimonios como ése son la justa recompensa a una voluntad y alegría en el hacer que no retrocede, ni siquiera, ante los embates de una pandemia.